¡Bienvenidos a bordo!

Viaja un siglo atrás y adéntrate en el Buque de los Sueños. En su interior, las vidas y las historias de las 2,208 personas que depositaron sus ilusiones, sus esperanzas y sus anhelos en él. Conoce de su propia mano esta travesía que ya es eterna, conoce la Verdadera Historia del Titanic.


jueves, 6 de junio de 2013

La Biblioteca

Vestidos largos y lujosos de seda adornados con las perlas más caras de toda Europa, chaqués impecables lucidos por los señores que dominaban las zonas más ricas del continente, niñas pequeñas con modales de toda una dama, ese era el ambiente que se respiraba aquellos días. Todas las noches había cenas y bailes donde los señores se fumaban sus puros mientras sus mujeres se retocaban y hablaban en el tocador.
El tocador de mujeres era aquel sitio siempre impecable donde las mujeres a parte de retocarse su maquillaje hablaban de todo aquello de lo que no era propio hablar en la mesa. No era el primer tocador al que acudía y, sin embargo, aquel derrochaba luminosidad y belleza por cada centímetro que lo componía.
Allí estaba yo, con un traje azul de seda y unas bellas perlas blancas mientras miraba a mi alrededor. Yo era joven, quizás demasiado para entender de lo que hablaban aquellas mujeres, pero me maravillaban más aquellos grandes y dorados espejos que saber con quién compartía aposento Benjamin Guggenheim cuando su mujer no estaba.
Mi madre, en cambio, estaba más metida en la conversación de lo normal, dado que ella no era una mujer especialmente interesada en aquel tipo de cotilleos. De hecho, era la única que proponía teorías mientras las demás ya se habían cansado del tema. Supongo que el vino y el champagne de la comida se le habían subido demasiado a la cabeza.
Salí de aquella ruidosa habitación con el fin de olvidar todos aquellos rumores. Se respiraba aire fresco por aquellos largos pasillos, las ventanas reflejaban una claridad equiparable con la esperanza que sentía. Aquellos espejos reflejaban mis sueños de crecer, de volar con el mar, y, sobre todo, de nunca abandonar aquel barco.
El Titanic reunía mi mayor sueño, los libros y el mar. Me sumergía en ellos mientras mi fiel compañero surcaba los mares. Adoraba leer, más que cualquier otra cosa en el mundo, y aquella biblioteca era más bella que cien escalinatas juntas. París se quedaba pequeña a su lado, nada había como mi amada biblioteca de mi, siempre amado, Titanic.
Pasaba allí todas las horas que conseguía huir de mi madre, leyendo libros hasta quedarme dormida encima de ellos. Viví mi vida entera cien veces en aquellas hojas y en el libro que cautivó mi corazón hice un juramento firmado con mi estilográfica “Nunca te abandonaré, Titanic”.
En aquel momento no pude advertir la seriedad de mis palabras, promesa que cumplí hasta el último de mis días, ya que aquella feliz noche del 14 de abril de 1912 supe dónde debía ir, dónde descansaría siempre segura.


Se puede decir que allí viví la mejor y última época de mi vida, que allí aprendí a soñar, a ser valiente y a decidir mi futuro, y mientras el Buque de los Sueños se hundía, y yo con él, no dudé ni un segundo de que aquel era mi sitio, y que realmente nunca le abandonaría.


[Elena Domínguez Marín]



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