Antes de comenzar con esta maravillosa entrada, queremos agradecer a José por su excelente colaboración con nuestro blog. La historia de estos cuatro pasajeros, que tan cercana nos es, resulta interesante, emotiva y cautivadora a partes iguales.
De nuevo muchas gracias por compartirla con todos nosotros, es todo un placer contar con ella y esperamos que nuestros lectores disfruten tanto como lo hemos hecho nosotras al leerla.
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El creciente interés en la historia del Titanic ha hecho que se recuperen testimonios de supervivientes olvidados durante mucho tiempo. También se ha recabado información muy valiosa de sus descendientes cuando esos supervivientes ya habían fallecido.
Aunque siempre quedarán cuestiones sin responder, en muchos casos, esas informaciones han permitido situar a sus protagonistas con bastante precisión en los acontecimientos que tuvieron lugar aquella fatídica noche.
Este es la historia de los cuatro catalanes que viajaron en el Titanic, según su propias declaraciones, recopiladas desde hace tiempo por el especial interés que siempre he sentido por ellos, dada su cercanía.
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Julián Padró Manent, natural de Lliçà d'Amunt (Barcelona), proviene de una familia campesina. Julián es el menor de los hermanos varones de Andreu y Getrudis. La casa familiar, una masía de la localidad, aún existe en la actualidad y está habitada por unos parientes.
Como explica Gertrudis Padró sobrina de Julián,
“Eran cinco hermanos, tres chicos y dos chicas, Julián era el más pequeño de los tres chicos y un día decidió emanciparse de la casa familiar. En la masía, llamada “Can Tiret”, había que cultivar la tierra y cuidar del ganado entre otros trabajos propios del campo. La ciudad ofrecía nuevas posibilidades. Primero pensó en Barcelona y después en irse a América.”
Emilio Pallás y Julián Padró en una foto hecha en 1912, poco antes de embarcar en el Titanic |
Según relata Gertrudis, a la periodista y escritora Sara Masó Maristany,
“nosotros teníamos un primo en La Habana. Era Andreu Relats i Padró, se carteaba con Julián y le explicaba cosas fantásticas de la Cuba independiente, de las libertades que se respiraban y de sus negocios. Nos enteramos de repente que (Julián) pensaba irse a Cuba. No irá solo, sino con la mujer que amaba. Se habían conocido en un café de la calle Lluria, se llamaba Florentina Durán Moré y creo que procedía de Lleida. También viajaría con ellos, igualmente lleno de entusiasmo, Emilio Pallás y una hermana de Florentina, Asunción. La idea de embarcar en el Titanic fue repentina, prácticamente dejaron las llaves del negocio colgadas en la puerta.”
Los intentos de la familia por disuadirles no tendrían éxito. Julián Padró prometió volver a Lliçà para la fiesta mayor “si todo va bien”.
Amadeu Pallás, hijo de Emilio Pallás, explicaría.
“En marzo de 1912 supieron que la WhiteStar Line organizaba un tren que iría desde Barcelona a Cherburgo para ver la salida del Titanic, o embarcarse. Hay que pensar que era un barco único en el mundo, sería todo un espectáculo poder contemplarlo de cerca, y aún mejor, embarcarse en él.”
Los jóvenes emprendedores, Julián (26 años), Emilio (29), Florentina (30) y Asunción (27), compran cuatro pasajes de segunda clase. Números 2146, 2147, 2148 y 2149, respectivamente. Pagarían por cada uno 13 libras, 17 chelines y 2 peniques. También reservaron pasaje en un vapor que enlazaba Nueva York con La Habana.
En la Estación de Francia de Barcelona tomaron el tren que les llevaría a la estación de Saint Lazare, París y allí el tren que enlazaba con el puerto de Cherburgo.
Sobre las cinco y media de la tarde del 10 de abril, Julián y sus compañeros embarcan en el Nomadic. El transbordador traslada a los pasajeros de primera y segunda clase hasta el Titanic, ya que el puerto no tiene suficiente calado para acoger a un barco de ese tamaño. Los de tercera clase habían hecho lo propio en el Traffic. El Titanic ha llegado con retraso como consecuencia del incidente con el New York.
En la Estación de Francia de Barcelona tomaron el tren que les llevaría a la estación de Saint Lazare, París y allí el tren que enlazaba con el puerto de Cherburgo.
Sobre las cinco y media de la tarde del 10 de abril, Julián y sus compañeros embarcan en el Nomadic. El transbordador traslada a los pasajeros de primera y segunda clase hasta el Titanic, ya que el puerto no tiene suficiente calado para acoger a un barco de ese tamaño. Los de tercera clase habían hecho lo propio en el Traffic. El Titanic ha llegado con retraso como consecuencia del incidente con el New York.
El Titanic fondeado frente a Cherburgo |
Los primeros días de travesía transcurren plácidamente. Según Sara Masó,
“En segunda clase las relaciones amistosas parecen más fáciles, menos convencionales. Nadie se conocía anteriormente. Cada uno se ha presentado a sí mismo. Hablan de lo que dejaron y de lo que piensan encontrar. A las dos catalanas del Titanic les gusta contemplar a los críos de los Becker. Cuando se instalen en La Habana, piensa Florentina, ella y Julián formarán una familia; su marido montará un negocio, quizás tengan un auto y una casa junto al mar.”
Al no existir la barrera del idioma, Julián y Emilio traban amistad con Edgar Andrews, un pasajero argentino de 17 años que fue enviado por la familia a estudiar a Inglaterra y que regresa a casa para asistir a la boda de uno de sus hermanos. Parece que también coincidieron en las zonas comunes con Ramón Artagaveytia el caballero uruguayo de origen vasco, que viajaba en primera clase. Conocerán también a otros dos uruguayos Francisco y José Pedro Carrau, con quienes -según Padró- llegaron a hablar de negocios.
Padró explicó que al cuarto día de navegación, el tiempo amaneció claro y despejado. Arriba en la cubierta, hacía un frío tremendo, todo el mundo estaba alegre. Nadie podría suponer lo cercana que estaba la tragedia.
“Esa noche, después de la cena nos reunimos en el salón de fumar para jugar unas partidas de ajedrez, mientras unos hablaban y otros se entendían con los naipes”.
Cuando se produce la fatal colisión, Julián, Emilio y las hermanas Durán ya descansan en sus camarotes. Julián percibe el golpe, se incorpora somnoliento pero no le da importancia y vuelve a dormirse. Años después diría,
“Con una noche tan hermosa, ¿a quién se le iba a ocurrir que la dentada garra del témpano había causado un desgarrón de 100 o 150 metros”.
Amadeu Pallás recuerda los hechos que le relató su padre.
“Aquella fatídica noche, él y Julián dormían en su cabina cuando llamaron con fuerza a la puerta. Un pasajero argentino (Edgar Andrew) con quién habían hecho amistad durante la travesía los avisaba de que el barco había chocado con un iceberg y se hundía. El argentino se había percatado de que no estaban en cubierta, y recordando donde se alojaban corrió a despertarlos. -Rápido, rápido, hay que ponerse los salvavidas y subir a cubierta donde ya embarcan mujeres y niños en los botes.”
Julián y Emilio se visten inmediatamente y, salvavidas en mano, corren al camarote de Florentina y Asunción que duermen ajenas a todo.
Cuando finalmente los cuatro alcanzan la cubierta de botes se percatan de la gravedad de la situación.
Como cuenta el hijo de Emilio Pallás
“...en cubierta había mucho desorden y mucho miedo. Todo el mundo quería salvarse. La tripulación, pistola en mano, intentaba poner orden. Ni siquiera pudieron ver al argentino que les había avisado. Después supieron que era una de las víctimas del naufragio.”
En torno a los botes se amontona una gran multitud. Se producen las primeras carreras entre el pasaje. La tripulación va de un lado a otro. Es previsible que la situación empeore muy pronto. Se acercan al bote más cercano, el número 12. Florentina está muy asustada, no quiere de ningún modo abandonar a Julián. De repente Florentina y Asunción son embarcadas por la tripulación. Florentina está pálida, muy asustada. Se ha colocado un chal sobre el vestido de fiesta que con tanta ilusión compró en Barcelona. Al parecer, el segundo oficial Lightoller supervisa el embarque. “Solo mujeres y niños”. Es el momento de la despedida. Los dos hombres son apartados del bote y vagan por la cubierta durante casi una hora. Según Julián Padró, en algún momento se topan con sus conocidos uruguayos, parecen extrañamente resignados a su suerte.
En su deambular ambos llegan al costado de babor. En las proximidades está siendo arriado el bote número 9.
Julián Padró, lo explicó así en 1,955, en Cuba, al estudiante de periodismo Rodolfo Santovenia en una entrevista para la revista Bohemia, en el 43 aniversario del naufragio.
“Los segundos me parecían siglos. ¿Qué hacer? El agua no se detiene ante nada ni ante nadie, lame ya el puente de mando. No hay bote. Los hombres que quedan a bordo corren por cubierta como locos. Unos saltan al vacío, otros no se deciden. ¡Qué momento! La popa se alza más y más. No lo pienso. Un bote que se encuentra a una altura de dos pisos por debajo de mí, está siendo arriado. Me lanzo al espacio y caigo en él. Sus ocupantes eran casi todos tripulantes”.
Amadeu Pallás refiere así lo que le explicaba su padre.
“Julián mira hacia la oscuridad, mira a Pallás y le dice “¡Vamos!”. No había otra solución, o se tiraban o morían. Julián se colgó de una cuerda y fue a parar dentro. Mi padre se da cuenta que debía seguirlo. Se lanzó por la borda y al caer sobre el bote se contusionó una pierna y quedó inconsciente”.
Según otra versión de los hechos, un tripulante intentó impedir a Emilio que saltase, éste se zafa, pero desequilibrado, cae de mala manera sobre el bote, se disloca una rodilla y se golpea en la cabeza perdiendo el conocimiento.
“Julián le salvó la vida a mi padre -afirma el hijo de Emilio-. La tripulación tenía orden de tirar al agua a todas las personas que quedasen sin sentido. Había demasiados náufragos. Julián actuó rápidamente y con mucho valor. Escondió a mi padre bajo una de las banquetas y no lo dejó salir hasta que fueron rescatados por el Carpathia, cuando ya no había peligro.”
“El bote por fin llego al agua, -afirmó Padrós- no sin antes recibir a otros náufragos que caían del cielo. Nuestra salvación fue un milagro.”
Julián toma los remos porque en ese momento lo más importante era alejarse del barco que estaba cada vez más escorado y evitar la succión “parecía una descomunal ballena próxima a sumergirse”. Es consciente de que si su amigo argentino no les hubiese avisado seguramente no habrían sobrevivido. Aunque nunca consiguieron recordar su nombre, siempre le estarían agradecidos. Ellos no lo saben, pero en el mismo bote se encuentra la malagueña Encarnación Reynaldo.
En ese momento, el bote en el que se encuentran Florentina y Asunción es arriado por babor con unas cuarenta personas a bordo, la mayoría mujeres y niños de segunda clase y dos tripulantes.
Desde el bote número 9 los hombres vieron como el Titanic se hundía. En la entrevista antes mencionada, Padró le dijo a Santovenia que,
“Las dos hélices fuera del agua erizaban el vello a cualquiera. Confieso sinceramente que a la Banda de Música, que tanto se ha dicho que tocaba en aquellos momentos, no la oí por ninguna parte. ¡Y que me perdonen los que afirman lo contrario!
Empieza a hundirse, despacio, más aprisa, cada vez más aprisa -describió Padró-. De pronto estallan las calderas, se apagan las luces. La masa enorme que contenía más de 1000 almas, los gritos de desesperación y de agonía, abren un remolino en el mar por el que expira todo. Estamos a unos 300 metros del lugar del hundimiento.”
En el periódico de La Habana La Discusión del día 29 de abril de 1,912 apareció la siguiente declaración de las hermanas Durán.
“El Titanic se hundía de proa y las luces se apagaban poco a poco, hasta que se sintió un estampido y se vio una enorme columna blanca”.
La escena que recordaban con más horror era aquella en la que, hundido el barco se oían en la noche “los desesperados gritos de los que se hundieron en el mar”.
Y proseguía, “una persona llegó nadando hasta nuestro bote y le cortaron de un cuchillazo la mano, mientras que otras hubo que matarlas a tiros”.
Seguramente estas últimas manifestaciones, que periódicamente son objeto de debate, se deben más a los deseos de sensacionalismo del semanario, que a lo realmente relatado por las dos jóvenes. Lo que sí sabemos es que el bote número 12 se unió al grupo de embarcaciones compuesto por el número 14, al mando del quinto oficial Harold Lowe, el bote 10, y el plegable D. Lowe necesitaba hacer espacio en su bote con la intención de acudir al rescate de alguna de las personas que agonizan en el agua helada.
De este modo el bote en que se encontraban Florentina y Asunción, recibió a 10 o 15 personas más de las otras embarcaciones. Más tarde rescataron, junto con el número 4, a los supervivientes del plegable B que flotaba invertido, incluido al segundo oficial Lightoller que tomó el mando del bote. Las dos hermanas apenas tienen espacio para moverse.
Por su parte, Julián Padró recuerda,
“Pasamos la noche en el bote y de pronto, ¡cuánta alegría! Divisamos las luces de un barco. Era el Carpathia. Cuando empezó a aclarar el día vimos impasible en su blanca pasividad el témpano maldito.”
Cuando el Carpathia atraca en el puerto de Nueva York, Emilio Pallás es trasladado al Hospital de St. Vincent donde se recuperará de las lesiones padecidas.
“En segunda clase las relaciones amistosas parecen más fáciles, menos convencionales. Nadie se conocía anteriormente. Cada uno se ha presentado a sí mismo. Hablan de lo que dejaron y de lo que piensan encontrar. A las dos catalanas del Titanic les gusta contemplar a los críos de los Becker. Cuando se instalen en La Habana, piensa Florentina, ella y Julián formarán una familia; su marido montará un negocio, quizás tengan un auto y una casa junto al mar.”
Al no existir la barrera del idioma, Julián y Emilio traban amistad con Edgar Andrews, un pasajero argentino de 17 años que fue enviado por la familia a estudiar a Inglaterra y que regresa a casa para asistir a la boda de uno de sus hermanos. Parece que también coincidieron en las zonas comunes con Ramón Artagaveytia el caballero uruguayo de origen vasco, que viajaba en primera clase. Conocerán también a otros dos uruguayos Francisco y José Pedro Carrau, con quienes -según Padró- llegaron a hablar de negocios.
Padró explicó que al cuarto día de navegación, el tiempo amaneció claro y despejado. Arriba en la cubierta, hacía un frío tremendo, todo el mundo estaba alegre. Nadie podría suponer lo cercana que estaba la tragedia.
“Esa noche, después de la cena nos reunimos en el salón de fumar para jugar unas partidas de ajedrez, mientras unos hablaban y otros se entendían con los naipes”.
Cuando se produce la fatal colisión, Julián, Emilio y las hermanas Durán ya descansan en sus camarotes. Julián percibe el golpe, se incorpora somnoliento pero no le da importancia y vuelve a dormirse. Años después diría,
“Con una noche tan hermosa, ¿a quién se le iba a ocurrir que la dentada garra del témpano había causado un desgarrón de 100 o 150 metros”.
Amadeu Pallás recuerda los hechos que le relató su padre.
“Aquella fatídica noche, él y Julián dormían en su cabina cuando llamaron con fuerza a la puerta. Un pasajero argentino (Edgar Andrew) con quién habían hecho amistad durante la travesía los avisaba de que el barco había chocado con un iceberg y se hundía. El argentino se había percatado de que no estaban en cubierta, y recordando donde se alojaban corrió a despertarlos. -Rápido, rápido, hay que ponerse los salvavidas y subir a cubierta donde ya embarcan mujeres y niños en los botes.”
Julián y Emilio se visten inmediatamente y, salvavidas en mano, corren al camarote de Florentina y Asunción que duermen ajenas a todo.
Cuando finalmente los cuatro alcanzan la cubierta de botes se percatan de la gravedad de la situación.
Como cuenta el hijo de Emilio Pallás
“...en cubierta había mucho desorden y mucho miedo. Todo el mundo quería salvarse. La tripulación, pistola en mano, intentaba poner orden. Ni siquiera pudieron ver al argentino que les había avisado. Después supieron que era una de las víctimas del naufragio.”
En torno a los botes se amontona una gran multitud. Se producen las primeras carreras entre el pasaje. La tripulación va de un lado a otro. Es previsible que la situación empeore muy pronto. Se acercan al bote más cercano, el número 12. Florentina está muy asustada, no quiere de ningún modo abandonar a Julián. De repente Florentina y Asunción son embarcadas por la tripulación. Florentina está pálida, muy asustada. Se ha colocado un chal sobre el vestido de fiesta que con tanta ilusión compró en Barcelona. Al parecer, el segundo oficial Lightoller supervisa el embarque. “Solo mujeres y niños”. Es el momento de la despedida. Los dos hombres son apartados del bote y vagan por la cubierta durante casi una hora. Según Julián Padró, en algún momento se topan con sus conocidos uruguayos, parecen extrañamente resignados a su suerte.
En su deambular ambos llegan al costado de babor. En las proximidades está siendo arriado el bote número 9.
Julián Padró, lo explicó así en 1,955, en Cuba, al estudiante de periodismo Rodolfo Santovenia en una entrevista para la revista Bohemia, en el 43 aniversario del naufragio.
“Los segundos me parecían siglos. ¿Qué hacer? El agua no se detiene ante nada ni ante nadie, lame ya el puente de mando. No hay bote. Los hombres que quedan a bordo corren por cubierta como locos. Unos saltan al vacío, otros no se deciden. ¡Qué momento! La popa se alza más y más. No lo pienso. Un bote que se encuentra a una altura de dos pisos por debajo de mí, está siendo arriado. Me lanzo al espacio y caigo en él. Sus ocupantes eran casi todos tripulantes”.
Amadeu Pallás refiere así lo que le explicaba su padre.
“Julián mira hacia la oscuridad, mira a Pallás y le dice “¡Vamos!”. No había otra solución, o se tiraban o morían. Julián se colgó de una cuerda y fue a parar dentro. Mi padre se da cuenta que debía seguirlo. Se lanzó por la borda y al caer sobre el bote se contusionó una pierna y quedó inconsciente”.
Según otra versión de los hechos, un tripulante intentó impedir a Emilio que saltase, éste se zafa, pero desequilibrado, cae de mala manera sobre el bote, se disloca una rodilla y se golpea en la cabeza perdiendo el conocimiento.
“Julián le salvó la vida a mi padre -afirma el hijo de Emilio-. La tripulación tenía orden de tirar al agua a todas las personas que quedasen sin sentido. Había demasiados náufragos. Julián actuó rápidamente y con mucho valor. Escondió a mi padre bajo una de las banquetas y no lo dejó salir hasta que fueron rescatados por el Carpathia, cuando ya no había peligro.”
“El bote por fin llego al agua, -afirmó Padrós- no sin antes recibir a otros náufragos que caían del cielo. Nuestra salvación fue un milagro.”
Julián toma los remos porque en ese momento lo más importante era alejarse del barco que estaba cada vez más escorado y evitar la succión “parecía una descomunal ballena próxima a sumergirse”. Es consciente de que si su amigo argentino no les hubiese avisado seguramente no habrían sobrevivido. Aunque nunca consiguieron recordar su nombre, siempre le estarían agradecidos. Ellos no lo saben, pero en el mismo bote se encuentra la malagueña Encarnación Reynaldo.
En ese momento, el bote en el que se encuentran Florentina y Asunción es arriado por babor con unas cuarenta personas a bordo, la mayoría mujeres y niños de segunda clase y dos tripulantes.
Desde el bote número 9 los hombres vieron como el Titanic se hundía. En la entrevista antes mencionada, Padró le dijo a Santovenia que,
“Las dos hélices fuera del agua erizaban el vello a cualquiera. Confieso sinceramente que a la Banda de Música, que tanto se ha dicho que tocaba en aquellos momentos, no la oí por ninguna parte. ¡Y que me perdonen los que afirman lo contrario!
Empieza a hundirse, despacio, más aprisa, cada vez más aprisa -describió Padró-. De pronto estallan las calderas, se apagan las luces. La masa enorme que contenía más de 1000 almas, los gritos de desesperación y de agonía, abren un remolino en el mar por el que expira todo. Estamos a unos 300 metros del lugar del hundimiento.”
En el periódico de La Habana La Discusión del día 29 de abril de 1,912 apareció la siguiente declaración de las hermanas Durán.
“El Titanic se hundía de proa y las luces se apagaban poco a poco, hasta que se sintió un estampido y se vio una enorme columna blanca”.
La escena que recordaban con más horror era aquella en la que, hundido el barco se oían en la noche “los desesperados gritos de los que se hundieron en el mar”.
Y proseguía, “una persona llegó nadando hasta nuestro bote y le cortaron de un cuchillazo la mano, mientras que otras hubo que matarlas a tiros”.
Seguramente estas últimas manifestaciones, que periódicamente son objeto de debate, se deben más a los deseos de sensacionalismo del semanario, que a lo realmente relatado por las dos jóvenes. Lo que sí sabemos es que el bote número 12 se unió al grupo de embarcaciones compuesto por el número 14, al mando del quinto oficial Harold Lowe, el bote 10, y el plegable D. Lowe necesitaba hacer espacio en su bote con la intención de acudir al rescate de alguna de las personas que agonizan en el agua helada.
De este modo el bote en que se encontraban Florentina y Asunción, recibió a 10 o 15 personas más de las otras embarcaciones. Más tarde rescataron, junto con el número 4, a los supervivientes del plegable B que flotaba invertido, incluido al segundo oficial Lightoller que tomó el mando del bote. Las dos hermanas apenas tienen espacio para moverse.
Por su parte, Julián Padró recuerda,
“Pasamos la noche en el bote y de pronto, ¡cuánta alegría! Divisamos las luces de un barco. Era el Carpathia. Cuando empezó a aclarar el día vimos impasible en su blanca pasividad el témpano maldito.”
Finalmente el bote 9 se coloca junto al Carpathia, seguramente Emilio Pallás, contusionado y con una lesión importante en la pierna, tuvo que ser izado a bordo por sus rescatadores.
Los botes 10 y 12 junto al Carpathia |
Se ha dicho que la situación a bordo del Carpathia era tan caótica que Julián y Emilio no supieron de Florentina y Asunción hasta que prácticamente llegaban a Nueva York.
Sencillamente no lo creo. Por sus actos, queda claro el carácter decidido y emprendedor de Julián Padró. No tengo ninguna duda de que, tras a acomodar a su amigo y cerciorarse de que era debidamente atendido, recorrió una y otra vez el barco en busca de las dos mujeres. Finalmente, asomado por la borda junto a otros supervivientes, debió sentir un inmenso alivio al distinguirlas entre los ocupantes de un sobrecargado bote 12 que llegaba con dificultad hasta el barco de rescate.
Lo imagino obligado por la tripulación a esperar a una distancia prudencial hasta que las dos hermanas pudieran subir a bordo, quizás ayudadas por el mismísimo Lightoller, para reunirse con ellas. Un instante de inmensa alegría en el barco del dolor.
Cuando el Carpathia atraca en el puerto de Nueva York, Emilio Pallás es trasladado al Hospital de St. Vincent donde se recuperará de las lesiones padecidas.
Emilio Pallás, en pie a la derecha, en el Hospital St. Vincent. |
El 20 de abril el periódico catalán Las Noticias informa de que el Carpathia ha llegado a Nueva York con los supervivientes,
“se confirma que entre ellos figuran los catalanes Julián Padró, Emilio Pallás y las hermanas Durán. Los cuatro adquirieron pasaje para La Habana, vía Nueva York, en la subagencia Servicio Hispano-Americano de Barcelona. El director de la citada agencia Emilio Muntet, recibió ayer un despacho de la White Star Line en estos términos: Sus cuatro viajeros se han salvado.”
Al siguiente día 21 publica, “Un despacho de Londres comunica que entre los salvados se encuentra doña Josefa Peñasco, sobrina del señor Canalejas. El esposo de la señora Peñasco murió ahogado.”
Amadeu Pallás relata que, a la llegada,
“Hubo mucha emoción. Y también expectación. Mi padre explicaba que recibieron, como otros supervivientes, una propuesta de Hollywood para explicar su experiencia ante las cámaras. Rechazaron la idea y Julián continuó viaje a La Habana, tal como habían proyectado. Creo que mi padre estuvo muy poco tiempo en Cuba y tampoco sé con seguridad si regresó a Barcelona directamente desde Nueva York. La White Star Line sufragaba los viajes de retorno y el de La Habana.”
Una vez instalado de nuevo en Barcelona, Emilio abre una panadería en la calle Consejo de Ciento, entre Aribau y Enrique Granados.
“A través de unos amigos, conoció a mi madre, Aurora Rabasa, una chica de Gerri de la Sal. Se casaron y nací yo el 17 de enero de 1,914 en Barcelona. Viví en Barcelona hasta los ocho años. Entonces, mis padres aceptaron la posibilidad de trasladarse a Lleida para regentar una administración de Lotería, que por cierto, el primer año que la tuvieron dio el segundo premio del sorteo de Navidad.”
“Mi padre murió el 14 de abril (!) de 1,940 a la edad de 59 años, 28 después de haberse salvado del naufragio. Era emprendedor y muy trabajador. Del tipo de hombres que cuando asumían un compromiso lo cumplían. No le hacía falta firmar ningún papel.”
Sabemos que Asunción Durán regresó a España con Emilio Pallás en el vapor Montevideo, pero a partir de aquí, se pierde su pista. No ha sido posible encontrar referencia alguna de su vida posterior, y mucho menos una foto suya.
Pocos días después de darse a conocer el siniestro, la familia Padró recibió en Lliça d'Amunt un telegrama que decía “Julián Padró y Emilio Pallás, salvados felizmente del naufragio del Titanic”.
Los descendientes de Julián afirman que hablaron muy pocas veces de sus vivencias en el Titanic.
“El acontecimiento había sido demasiado trágico. Aunque salieron sanos y salvos vieron morir a mucha gente. Decían, eso sí, que habían vuelto a nacer.”
Según la familia Estapé-Padró,
“Julián y Florentina se instalaron en Cuba tal como habían proyectado. Pocos días después de llegar a Nueva York, la White Star Line les pagó el pasaje hasta la capital cubana. Con el tiempo Julián se convirtió en un poderoso empresario. Era el propietario de todo el transporte terrestre de La Habana. Tenía más de quinientos trabajadores a su cargo. También tuvo negocios inmobiliarios y un cargo público. Julián y Florentina vivieron en un palacete de la calle Segundo del Reparto Palatino de La Habana. Poseían tierras en Varadero y toda clase de bienes.”
“Casi cada año estrenaba un automóvil nuevo -dice Getrudis Padró-. Los autos eran una de sus pasiones. Nunca hizo reparar ninguno. Cuando se averiaban, inmediatamente se compraba otro. La mayoría de sus sueños se habían cumplido.”
“Embarcaron muchas veces para venir a Europa, pero nunca definitivamente. Muchos veranos, cada dos o tres años, venía a Lliçà para la Fiesta mayor que se celebraba los días 12, 13 y 14 de septiembre, tal como nos había prometido. En el pueblo se relacionaba con todo el mundo. Iba, con su gorro de paja y un bastón, a la Alianza. Se le veía siempre rodeado de gente que le preguntaba cosas. En alguno de sus viajes, Florentina y Julián iban a Sant Hilari a tomar las aguas. Era rico y admirado pero se comportaba muy sencillamente aunque vestía de blanco, como un indiano y llevaba botones de oro en la camisa. Los botones se aseguraban con una cadenita también de oro. Nunca lo vi fumar habanos.”
A su ahijada Gertrudis le regaló una moneda de oro, y también le dio otra a su sobrino-nieto, Bartomeu, de Can Tiret. “Guárdala bien -le dijo- que ha viajado en el Titanic.”
“se confirma que entre ellos figuran los catalanes Julián Padró, Emilio Pallás y las hermanas Durán. Los cuatro adquirieron pasaje para La Habana, vía Nueva York, en la subagencia Servicio Hispano-Americano de Barcelona. El director de la citada agencia Emilio Muntet, recibió ayer un despacho de la White Star Line en estos términos: Sus cuatro viajeros se han salvado.”
Al siguiente día 21 publica, “Un despacho de Londres comunica que entre los salvados se encuentra doña Josefa Peñasco, sobrina del señor Canalejas. El esposo de la señora Peñasco murió ahogado.”
Amadeu Pallás relata que, a la llegada,
“Hubo mucha emoción. Y también expectación. Mi padre explicaba que recibieron, como otros supervivientes, una propuesta de Hollywood para explicar su experiencia ante las cámaras. Rechazaron la idea y Julián continuó viaje a La Habana, tal como habían proyectado. Creo que mi padre estuvo muy poco tiempo en Cuba y tampoco sé con seguridad si regresó a Barcelona directamente desde Nueva York. La White Star Line sufragaba los viajes de retorno y el de La Habana.”
Una vez instalado de nuevo en Barcelona, Emilio abre una panadería en la calle Consejo de Ciento, entre Aribau y Enrique Granados.
“A través de unos amigos, conoció a mi madre, Aurora Rabasa, una chica de Gerri de la Sal. Se casaron y nací yo el 17 de enero de 1,914 en Barcelona. Viví en Barcelona hasta los ocho años. Entonces, mis padres aceptaron la posibilidad de trasladarse a Lleida para regentar una administración de Lotería, que por cierto, el primer año que la tuvieron dio el segundo premio del sorteo de Navidad.”
Aurora Rabasa y Emilio Pallás |
Sabemos que Asunción Durán regresó a España con Emilio Pallás en el vapor Montevideo, pero a partir de aquí, se pierde su pista. No ha sido posible encontrar referencia alguna de su vida posterior, y mucho menos una foto suya.
Pocos días después de darse a conocer el siniestro, la familia Padró recibió en Lliça d'Amunt un telegrama que decía “Julián Padró y Emilio Pallás, salvados felizmente del naufragio del Titanic”.
Los descendientes de Julián afirman que hablaron muy pocas veces de sus vivencias en el Titanic.
“El acontecimiento había sido demasiado trágico. Aunque salieron sanos y salvos vieron morir a mucha gente. Decían, eso sí, que habían vuelto a nacer.”
Según la familia Estapé-Padró,
“Julián y Florentina se instalaron en Cuba tal como habían proyectado. Pocos días después de llegar a Nueva York, la White Star Line les pagó el pasaje hasta la capital cubana. Con el tiempo Julián se convirtió en un poderoso empresario. Era el propietario de todo el transporte terrestre de La Habana. Tenía más de quinientos trabajadores a su cargo. También tuvo negocios inmobiliarios y un cargo público. Julián y Florentina vivieron en un palacete de la calle Segundo del Reparto Palatino de La Habana. Poseían tierras en Varadero y toda clase de bienes.”
“Casi cada año estrenaba un automóvil nuevo -dice Getrudis Padró-. Los autos eran una de sus pasiones. Nunca hizo reparar ninguno. Cuando se averiaban, inmediatamente se compraba otro. La mayoría de sus sueños se habían cumplido.”
“Embarcaron muchas veces para venir a Europa, pero nunca definitivamente. Muchos veranos, cada dos o tres años, venía a Lliçà para la Fiesta mayor que se celebraba los días 12, 13 y 14 de septiembre, tal como nos había prometido. En el pueblo se relacionaba con todo el mundo. Iba, con su gorro de paja y un bastón, a la Alianza. Se le veía siempre rodeado de gente que le preguntaba cosas. En alguno de sus viajes, Florentina y Julián iban a Sant Hilari a tomar las aguas. Era rico y admirado pero se comportaba muy sencillamente aunque vestía de blanco, como un indiano y llevaba botones de oro en la camisa. Los botones se aseguraban con una cadenita también de oro. Nunca lo vi fumar habanos.”
A su ahijada Gertrudis le regaló una moneda de oro, y también le dio otra a su sobrino-nieto, Bartomeu, de Can Tiret. “Guárdala bien -le dijo- que ha viajado en el Titanic.”
Dos imágenes de Julián Padró y Florentina Durán |
"Julián Padró y Florentina Durán no tuvieron hijos. Pero a lo largo de veintidós años vivió con ellos como una hija, una nieta de Julián, Teresina Padró, que salió de Cuba después de la revolución castrista, ya muerto su tío. Florentina murió poco antes de que Fidel Castro llegase al poder y Julián poco después. La revolución les desposeyó de todos sus bienes. Era el segundo naufragio de su vida y en esta ocasión no pudieron tirarse al mar. En los últimos tiempos de su estancia en La Habana, Teresina pasó grandes dificultades para sobrevivir, a pesar de ser enfermera diplomada. Se vio obligada a vender muchas pertenencias, incluidos los cubiertos de plata. Sus primos de Lliçà fueron a recibirla al aeropuerto de El Prat, donde llegó únicamente con la ropa que llevaba puesta. Nada más. Teresina Padró vive actualmente (1,998) en la residencia Geriátrica de Granollers, ciudad donde anteriormente había ejercido la enfermería.”
Efectivamente Florentina Durán falleció, el 1 de octubre de 1,959, a los 77 años, en la Clínica Nuestra Señora del Cobre de La Habana. Julián Padró murió el 6 de octubre de 1968, a los 83 años de edad. Fueron enterrados juntos en el cementerio Colón de la Habana. Aunque el nombre de Julián nunca llegó a inscribirse en la lápida, sí que puede verse cincelada la imagen de un bote salvavidas, bajo la Virgen del Carmen, patrona de los que arriesgan su vida en el mar.
Tumba de Julián Padró y Florentina Durán en el cementerio Colón de La Habana (del libro “Los Diez del Titanic”) |
[José J. Carrillo Ponce]
Su nombre si esta cincelado en la tumba, concretamente en el frente delantero, he estado alli y lo he visto. Incluso tengo una foto de la tumba donde se ve claramente el nombre cicncelado.
ResponderEliminarHola David, soy una de las administradoras del blog. Antes que nada muchas gracias por tu comentario y tu aportación. Tanto el autor del artículo como yo te estaríamos muy agradecidos si nos pudieses enseñar la foto de la que hablas. Y viendo tu apellido no me resisto a preguntarte: ¿Eres familiar de Julián Padró? Te dejo mi correo personal (marianeira23@gmail.com) por si quieres contactar con nosotros de forma más privada. De nuevo muchas gracias y un saludo.
EliminarMuy buen artículo. Yo vivo a pocos kms d Lliça.
ResponderEliminarPerfecto muy bien
ResponderEliminarMe gustó mucho esa historia pues soy de aprllido Padro
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